El pequeño Chernóbil de Brasil

En 1987, un año después del desastre de Chernóbil, en Rusia, tuvo lugar otro desastre nuclear con enorme contaminación y muchas muertes. Sin embargo, en esta ocasión la causante no fue una central nuclear si no un aparato pesado, de 600 kg, robado de un hospital abandonado en Goiania, Brasil. En su interior existía un silencioso y brillante asesino.
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En septiembre de 1987, dos hombres se llevaron del edificio abandonado donde funcionó el Instituto de Radioterapia de Goiania, un aparato pesado, que luego fue destrozado a martillazos. Fue un robo lucrativo: casi 600 kilos de metal, principalmente plomo, que fue vendida a una chatarrería. Una pequeña cápsula cilíndrica, incrustada en la extremidad de un bloque de plomo, llamó la atención del dueño del depósito de metales. 

Destrozada, también a martillazos, la cápsula reveló en su interior la presencia  de una sustancia pulverulenta azul, muy brillante. El objeto era un pequeño dedal radiactivo que contenía cerca de 93 gramos de cloruro de cesio, insertado en un cilindro de plomo y acero con una ventana de iridio. La fuente giraba libremente, como en una rueda, y cuando quedaba orientada a la abertura irradiaba a través de la ventana.

La fuente radiactiva contenía 74 terabecquerelios (TBq) en 1971 (a medida que pasa el tiempo, la actividad radiactiva disminuye). El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) describe el contenedor —51 milímetros de diámetro y 48 milímetros de largo— como una "cápsula estándar a nivel internacional". La actividad específica del sólido activo era de, aproximadamente, 814 TBq por kg de cesio-137, cuyo período de semidesintegración es de 30 años. La dosis a un metro de la fuente era de 4,56 grays por hora. Mientras se trataba de hallar su número de serie se pensaba que había sido fabricada en el Oak Ridge National Laboratory de Estados Unidos, y que fue usada como fuente de radioterapia en el Hospital de Goiânia. 

Varios días  más tarde de la venta, el chatarrero fue a su garaje y vio cómo del cilindro que acababa de comprar emanaba una bonita luz azul. Al manipularlo, apreció la facilidad con la que el elemento se convertía en polvo y en pequeños granitos, del tamaño de arroz, que mantenían tanto su brillo como su color.    Familiares, vecinos y amigos se vieron asombrados por la belleza de aquel material desconocido. De hecho, muchos de ellos se llevaron algunos fragmentos como regalo. El chatarrero trató de hacer un anillo para su esposa, con ese material.

El chatarrero esparció el Cesio por el suelo. Su hija, Leide, de seis años, estuvo posteriormente comiendo sentada en el suelo, con lo que absorbió parte del material radiactivo (un gigabecquerelio, suponiendo una dosis de 6 Gy). Leide estaba tan fascinada con el resplandor azul del suelo que se lo untó en su cuerpo y se lo mostró a su madre.

Gabriela. la esposa del chatarrero fue la primera que se dio cuenta de la relación entre la presencia del material y la enfermedad de varias personas de su entorno. Dos semanas después del robo de la fuente, ella fue en autobús con uno de los empleados de la chatarrería a un hospital, transportando la fuente en una bolsa plástica. Allí, un médico sospechó que la fuente era peligrosa, y la mantuvo alejada de sí mismo y de otras personas. Gabriela falleció  25 días después; enterrada en su ciudad natal en un ataúd de plomo, que, a su vez, fue sepultado bajo cemento.

Al menos cinco familias vecinas al depósito recibieron muestras del polvo brillante. Una niña, hija del dueño de la chatarrería, comió un bocadillo con las manos impregnadas del polvo azul, murió 25 días después. Algunos adultos se pusieron cesio 137 en el rostro y en los brazos para brillar en la noche.

Desgraciadamente, el polvo azul era Cesio 137, elemento químico radiactivo.




Para descontaminar jardines y zonas terrosas afectadas por el cesio tuvo que retirarse una capa de unos dos centímetros de tierra en numerosas zonas, así como proceder a la demolición de varias casas. Todos los objetos que pudieron entrar en contacto con la sustancia fueron confiscados y estudiados minuciosamente, guardándose en bolsas de plástico aquellos que estuvieran libres de radiactividad, y procediéndose a la descontaminación de los otros, o bien procediendo a su destrucción controlada, basándose en la relación entre el valor residual del objeto y el coste de su descontaminación.

Después de desalojar las viviendas, el polvo fue recogido con aspiradoras especiales, y se revisó el sistema de cañerías en busca de restos radiactivos. Se arrancó la pintura de las paredes, el suelo fue tratado con una mezcla de ácido y azul de Prusia. Los residuos de la limpieza fueron almacenados lejos de la ciudad. El azul de Prusia (Hexacianoferrato (III) de Potasio – K3[Fe(CN)6])  también fue usado para descontaminar el organismo de los afectados, y su orina fue tratada para compactar los residuos y evitar su vertido accidental a las aguas de alcantarilla.

En arcilla, cemento, suelos y techos, se usó alumbre de potasio disuelto en ácido clorhídrico debido a la gran afinidad que el cesio tiene con los productos arcillosos. Por su parte, las superficies engrasadas o enceradas fueron tratadas con disolventes orgánicos antes de aplicar la mezcla anterior, mientras que en suelos sintéticos y electrodomésticos el hidróxido de sodio fue utilizado como tratamiento previo.

El siguiente vídeo presenta una narración dramática del suceso (imágenes fuertes), con canción dedicada.




En Goiania el pánico se apoderó de la población. En 10 días, 30.000 personas acudieron a los puestos de control de contaminación. Un número no calculado abandonó la ciudad, ignorando los avisos de las autoridades locales y las garantías de seguridad dadas por miembros de la Comisión Nacional de Energía Nuclear. El día en que la niña Leide y Gabriela murieron, el pánico se apoderó, una vez más, de los internados en el hospital de Goiania, mientras que la población se preocupaba con otro detalle macabro: el lugar donde los cuerpos serían enterrados. En el hospital público de Goiania, los médicos pedían psicólogos con urgencia para atender a los internados.


Resultaron muertas cuatro personas por el contacto directo con el Cesio, y se estima que al menos unas 250 resultaron heridas. Dada la intensidad de la radiación, también debieron ser examinadas unas 112.000 personas, de las cuales 244 tenían material radiactivo en su interior.

El presente artículo es fruto de un comentario casual realizado por mi alumno Matheus, a quien  agradezco la información.


Ismael Camarero

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